En ocasión del Bicentenario, nos preguntamos:
I. ¿Cuáles fueron los aportes de los inmigrantes a la sociedad uruguaya?
Los inmigrantes desempeñaron un papel
central en el impulso y la concreción de los procesos de modernización, urbanización e industrialización del país que se fueron gestando hacia fines del siglo XIX y principios del XX. Contribuyeron a habilitar dichos procesos formando una clase trabajadora que fue consolidándose dentro del contexto ideológico del primer batllismo que impulsó políticas sociales para la
igualdad de oportunidades y la tuición del Estado sobre el ciudadano.
Las diferentes oleadas migratorias, especialmente las que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, estuvieron constituidas mayormente por trabajadores no especializados o semi-especializados, de origen humilde, que buscaban mejorar sus niveles de vida, escapando de la pobreza y en algunos casos, de la persecución. Muchos inmigrantes trabajaron en pequeños talleres familiares como artesanos especializados, o como empleados y obreros en las industrias y servicios. Fundaron los primeros sindicatos (italianos, españoles, judíos) y las primeras organizaciones mutuales y cooperativas en el ámbito de la salud, se preocuparon por la educación de adultos, y por sus tradiciones y creencias. También la agricultura fue impulsada por la mano de obra inmigrante (españoles, italianos, valdenses, suizos), mejorando sus técnicas productivas y, de modo indirecto, ampliando los resultados de la ganadería.
Asimismo, los inmigrantes configuraron un sustantivo aporte en la formación de una fuerte y mayoritaria clase media, que utilizó la educación laica y gratuita para fortalecerse e iniciar su ascenso social.
A los efectos de integrarse a la sociedad nacional sin perder por ello sus tradiciones, lenguas e identidades, las diferentes colectividades se organizaron, fundando instituciones de apoyo al recién llegado y a sus familias y descendientes, tales como cooperativas de ayuda mutua, y de ahorro y crédito, escuelas para adultos, asociaciones para el cuidado de la salud y prevención de la enfermedad, escuelas para niños con enseñanza del idioma materno, instituciones religiosas, etc. Este proceso no solamente estructuró internamente dichas colectividades, sino que al mismo tiempo, ofreció modelos para el surgimiento de posteriores políticas sociales nacionales bajo responsabilidad del incipiente Estado de bienestar.
La presencia de inmigrantes en la sociedad vernácula, auspició estilos de vida cosmopolitas, trayendo sustancia a los vínculos con los países de origen, e incorporando pautas culturales que cambiaron la cultura de la joven nación a partir de modos de civilidad y de expresión de la vida pública antes desconocidos. En líneas generales, las culturas traídas por los grupos de inmigrantes incorporaron diversidad de perspectivas frente a la integración homogeneizadora del empuje modernizador, aportando variedad de modos de pensar y de creer, transformaciones en la vida privada, e influyendo fuertemente en las conductas familiares y en las de género, entre otras.
La sociedad nacional se enriqueció en cuanto a ganar pluralismo a partir del ingreso nuevos mitos y sistemas de creencias, traídos por los inmigrantes (San Genaro, Santa Lucía, San Cono). Así como los esclavos africanos y sus descendientes trajeron consigo y mantuvieron las bases de sus religiosidades africanas, a partir de las cuales se establecieron sincretismos con las creencias de los pobladores cristianos, el proceso evolutivo de la población fue incorporando las tradiciones, costumbre y mitos de los inmigrantes, e inició su lento camino hacia el multiculturalismo.
II) ¿Cuáles fueron las políticas de inmigración?
A lo largo del proceso histórico de formación de la sociedad vernácula, las
corrientes inmigratorias aumentan, disminuyen o cesan, sujetas a los avatares de la economía y de los acontecimientos internacionales, pero la legislación, por su parte, marca ciertos ordenamientos cronológicos al regular la entrada y los tipos de inmigrante que la nación está dispuesta a recibir.
De acuerdo a la legislación inmigratoria uruguaya, se pueden señalar, en términos generales, momentos diferenciados del proceso inmigratorio.
La realidad económica uruguaya, a mediados del siglo XIX, se había caracterizado por una economía pastoril, dominada por el latifundio y la ganadería extensiva, una limitada explotación agrícola e inexistente desarrollo industrial. Extintas las culturas nativas, los bajísimos niveles demográficos impedían la implementación de una estructura productora a gran escala.
Según Daverio, Geymonat y Sanchez, “pese a la promulgación de la ley 320 de 1853, por la que se aprueban estímulos a la inmigración, así como la instalación de sociedades de
fomento, protección y colonización,(...) no existió un plan nacional que cumpliera con los objetivos de poblar la campaña....”
De 1890 a 1932. Hacia fines del siglo XIX, comienza una preocupación gubernamental de los legisladores, en el sentido de impulsar la colonización agrícola, y aparecen varios decretos en ese sentido. Finalmente, comienza una abierta política inmigratoria a nivel general. La ley básica de
fomento de la inmigración, ley 2096 del
19 de junio de 1890, se inspiró en la ley 817 de 1876, proyectada en la Argentina por Nicolás Avellaneda y otorgó a los Cónsules Uruguayos en el extranjero, amplias facultades para intervenir a favor de inmigrantes que deseasen venir al país. Un sistema de franquicias, anticipos de pasajes y otras facilidades, expresaron el interés manifiesto del Estado por recibir caudal inmigratorio. El espíritu de la ley y sus leyes complementarias posteriores, apuntaban al ingreso de una determinada clase de inmigrantes: la mano de obra humilde y trabajadora.
Este proyecto, que alentó a “hacer la América” a miles de individuos de pueblos empobrecidos, se proponía la elaboración de una cultura nacional predominantemente urbana e industrial, en la que la
igualdad de oportunidades operara como instrumento de integración no solo de las diferencias culturales sino también de las de estrato, ocupación, creencias y educación. Puede afirmarse, entonces, que en nuestro país “las identidades colectivas […] fueron estructuradas, en mayor medida aún que en otras naciones de Hispanoamérica, a través del Estado” y que “un siglo de gobiernos civiles más o menos interrumpidos reforzaron esta imagen, que se vio socavada sólo con el deterioro social y la interrupción política de los años 60 y 70”.
Es importante hacer notar que el artículo 27 de esta Ley de
Fomento de la Inmigración, “prohíbe la inmigración de asiáticos y africanos y de los individuos conocidos con el nombre de zíngaros o bohemios.” Esta inexplicable interdicción es atenuada, sin embargo, por la Ley 3051 de 1906 que, interpretando este artículo, declaró no comprendidos en la prohibición a “los sirianos procedentes de la región del Líbano”. Y un decreto posterior, de 1915, modificó esta disposición legal al establecer, en su artículo 3º, inciso F: “Se consideran inmigrantes de rechazo: los asiáticos y africanos que, a juicio de las autoridades de inmigración, sea conveniente su rechazo.” Todo ello abrió las puertas del país a los inmigrantes.
La etapa de mayor empuje inmigratorio sería la que va desde 1890 a 1932, con años culminantes como 1912 y 1913. En todos los casos, se favorecía la inmigración de mano de obra no especializada o semi-especializada, a los efectos de aportar a la infraestructura industrial del país. El Censo Nacional de Población de 1908 señaló un 18% de extranjeros de todo el país. Después de un ligero estancamiento durante los años de la Primera Guerra, la inmigración continúa nuevamente en aumento hasta la década del 30.
El contingente inmigratorio que llega al
Uruguay, está integrado por eslavos, lituanos, sirio-libaneses, rusos, rumanos, austro-húngaros, polacos y judíos sefardíes provenientes de Turquía,
Palestina y África del Norte. Se trataba, mayormente, de gente joven y muy joven, sin oficio específico, o con desempeño en la artesanía: carpinteros, aparadores de calzado, peleteros, obreros textiles, impresores, sastres. Una aguda observación de Elie Verblum describe así a los inmigrantes judíos de la época del 20: “Gente joven, casi siempre mal vestida, que se esparció por los pequeños talleres de sastrería y carpintería o deambuló cargando cestos con chucherías o algunas docenas de corbatas multicolores tendidas al hombro, por calles y callejuelas, deslizándose, bajo los rayos de un sol nada familiar, hasta el suburbio cuyo nombre nunca había oído.
Entre 1932 y 1941, hay una
clara legislación que va poniendo paulatinas trabas a la inmigración de puertas abiertas, debida a una política interna de exacerbado nacionalismo, y a la presión internacional de la Europa de pre-Guerra, para la no-admisión de determinados grupos de inmigrantes. La crisis económica mundial del 29 y el gobierno autoritario instaurado el 31 de marzo de 1933, estancan el proceso inmigratorio, imponiendo medidas restrictivas y discriminatorias, y dando por finalizado el gran empuje batllista liberal.
La ley 8868 de 1932 regula la entrada de extranjeros y suspende el régimen de la Ley 2096. Establece causales de inadmisión y de expulsión de extranjeros, aún de aquellos que poseían Carta de Ciudadanía Nacional. Otros decretos complementarios de 1934 condicionan restrictivamente la inmigración y finalmente, la Ley 9604 del 13 de octubre de 1936 agrega dos causales totalmente excluyentes, dejando librada la entrada de extranjeros, en última instancia, “a una facultad discrecional del gobierno” quien “podrá impedir –siempre que le comprendiese algunas de las causales mencionadas– la entrada de cualquier extranjero aun cuando fuere portador del Certificado Consular.”
Estas medidas, tomadas en plena persecución de los judíos por el régimen de la Alemania nazi en los territorios de la Europa ocupada,, obstaculizarán en líneas generales la llegada de refugiados provenientes de Europa Oriental y Occidental en los umbrales de la Segunda Guerra Mundial.
No faltaron, por ello mismo, episodios de rechazo de barcos repletos de refugiados llegados al puerto de Montevideo. De acuerdo a los datos , hubo rechazo consignado de al menos 271 refugiados llegados en diecisiete barcos diferentes entre 1938 y 1941. Valga la pena recordar el caso del vapor Conte Grande, arribado al país en febrero de 1939, cuyos 68 refugiados, fueron recusados por nulidad declarada de sus visas e instados a regresar a lo que significaría su muerte.
De 1945 a 1954, período de la posguerra, llegan algunos sobrevivientes de los campos de exterminio, con documentación a cargo de organismos internacionales. Algunos habían previamente regresado a los países desde donde habían sido deportados, pero al no encontrar a sus familiares, o frente a nuevos brotes de antisemitismo, buscaron reunirse con parientes que, décadas antes, habían emigrado al
Uruguay. El vínculo se hacía a través de organismos internacionales que publicaban periódicamente listas de personas que buscaban a otras.
Estos refugiados sobrevivientes, eran, en su gran mayoría, jóvenes de entre dieciséis y veintiséis años, huérfanos, solteros o recientemente casados durante la Liberación. Su juventud se explica, asimismo, por el régimen de “selección” vigente en los campos de exterminio, que aniquilaba desde el principio a individuos maduros o ancianos, a niños y mujeres jóvenes embarazadas. De los contingentes que restaban –adolescentes y jóvenes– el esclavismo, el hambre y los trabajos forzados, dejaban con vida a un mínimo porcentaje que, a fines de la década del 40, estaba en su primera juventud.
A mediados de la década del 50 se marca el fin del empuje migratorio europeo al
Uruguay.
III.¿Cómo se fue conformando la población del país?
La población de nuestro país es resultado de un proceso complejo en el que la llegada de oleadas inmigratorias, el crecimiento demográfico y las tasas de natalidad y mortalidad, entre otras variables, se combinan y entretejen a lo largo de casi tres siglos.
Si la sociedad uruguaya contemporánea es en su mayoría cuantitativa descendiente de europeos, principalmente de origen italiano y español, ello resulta de la política de inmigración de puertas abiertas que se iniciara justo después de alcanzar la independencia. En las siete décadas que van de 1830 a 1900, diversas oleadas de inmigrantes europeos hicieron crecer la población del país de manera vertiginosa, lo impulsaron a llevar adelante los procesos de urbanización e industrialización con los que el país inaugura su etapa moderna en los inicios del siglo XX.
Este proceso de crecimiento poblacional fue acompañado por variables coadyuvantes: a) subió la tasa de fecundidad, b) bajó la tasa de mortalidad, c) la concentración urbana de la población comienza a crecer pues las tareas rurales no emplean al grueso de la inmigración. La estructura productiva condicionada por extensas tierras dedicadas a la cría de ganado no podía absorber grandes cantidades de trabajadores o campesinos. Por el contrario, la modalidad de la estructura productiva habría expulsado al inmigrante que, a continuación, se habría establecido en los contextos urbanos. En 1908, 30% de la población del país habitaba en la capital. Entraron en oposición los propósitos de las políticas inmigratorias de aumentar la población y la infraestructura productiva de ganadería extensiva.
Al intentar delinear las tendencias que ordenan los movimientos inmigratorios debemos tener en cuenta dos condicionantes fundamentales: a) las que surgen de las regularizaciones impuestas por la política inmigratoria y de su disponibilidad para la recepción de inmigrantes, y b) las que emergen de los acontecimientos históricos determinantes en los países de origen de los contingentes inmigratorios. Es la confluencia de estas dos variables la que provoca los movimientos migratorios cuantitativamente importantes.
IV.¿Cómo ocurrió el proceso del arribo de inmigrantes a nuestro país?
Cuando
España establece su primera fortaleza militar en lo que sería la Banda Oriental , los contingentes que llegaron se encontraron con que ya había soldados portugueses y sus familias establecidos desde antes en la ciudad de
Colonia, así como también algunos misioneros jesuitas, junto a grupos de guaraníes nativos, en proceso de conversión al catolicismo.
Otros grupos nativos, que fueron denominados por cronistas y observadores durante los siglos XVIII y XIX como Charrúas,
Minuanes,
Bohanes, Timbúes, Chanáes, etc. (denominaciones que son problemáticas para identificar cada etnia) fueron siendo exterminados en tanto culturas a lo largo del período colonial. De hecho, cuando el país se hace independiente, sobreviven solamente algunos grupos de guaraníes misioneros.
En el período que va de 1724 a 1851, familias provenientes de
Islas Canarias y de
Galicia, de condición humilde aumentaron la población de Montevideo. “Al amparo de un acuerdo internacional de inmigración suscrito con
España, hacia 1835, comienzan a arribar canarios, vascongados, navarros y gallegos, pero a partir de 1837, y hasta 1842.43, la presencia mayoritaria será el elemento francés, en especial vasco.” En 1842, Montevideo tenía 40.000 habitantes, incluyendo 18.000 franceses.
Entre 1852-1870, llegan brasileños, españoles e italianos, a partir de la finalización de la Guerra Grande: “Descontados los brasileños, que fueron el grupo mayoritario,(...) fueron españoles e italianos quienes conformarán el grueso del aporte europeo, seguidos por franceses y otros grupos menores.” Se establecen mayormente en la capital, abocándose, los italianos y los canarios, al trabajo de chacra.
A principios de la década del 60, se establece una
colonia agrícola suiza y hacia 1870, se consolida la
colonia valdense. Gran cantidad de inmigrantes del sur de
Italia, muy pobres, comienza a llegar durante los 60, configurando la oleada mayoritaria en relación a los otros contingentes inmigratorios que llegan hasta las primeras décadas del siglo XX.
Entre 1880 y 1889, llegan nuevamente italianos del sur, que trabajaron en tareas de agricultura en las periferias de la capital, en tanto que otros se convirtieron en artesanos y trabajadores urbanos. En esos años, entran al país nuevamente españoles (que se desempeñaron mayormente en tareas de servicio( y franceses.
Por fin en 1890 se promulga la nueva ley de regulación de la inmigración.
El período de la pre-guerra mundial (1905-1914) se caracteriza por la llegada de campesinos yugoslavos, obreros polacos, agricultores rusos e inmigrantes judíos de Europa Oriental, Turquía y países mediterráneos bajo el dominio islámico. “A los tradicionales aportes italianos (y en mucho menor grado españoles) se agregan nuevos grupos, especialmente eslavos; yugos, polacos y rusos comienzan a ingresar al país Es un hecho significativo que en 1912 se funda en
Carmelo la Sociedad Montenegrina, que agrupa a yugoslavos, y que en 1913 se funda la
colonia San Javier, con 750 colonos rusos (...).”
En el período 1919-1932, período que incluye el cierre de puertas a la inmigración por parte de
Estados Unidos en 1924, arriban a nuestro país 190.000 inmigrantes. A las nacionalidades tradicionales, se suman turcos, armenios, sirios y libaneses, los que constituyen el contingente predominante.
Entre 1932 y1940, llegaron refugiados que escapaban del régimen discriminatorio de la Alemania Nazi y del totalitarismo de la
España franquista. Algunos barcos con inmigrantes que llegaron al puerto de Montevideo fueron rechazados debido a disposiciones del Gobierno, aunque también ocurrieron casos de entrada ilegal al puerto de Montevideo.
Entre 1945 y 1953, llegaron algunos refugiados sobrevivientes, víctimas de los campos de concentración de la Alemania Nazi y de sus zonas ocupadas, que fueron traídos por la Cruz Roja Internacional.
A partir de 1953, no se ha producido ninguna inmigración masiva. Por el contrario, comienzan a incrementarse los procesos de emigración de uruguayos hacia otros países.
V.¿Por qué es necesario valorar la noción de “extranjeridad”?
La re significación de “lo exótico” y la recuperación de la extranjeridad como valor--- pueden hacerse extensivas a la nueva conceptualización de la “europeidad”, ya que aportan motivos para la consideración de subculturas que, si bien, integradas en la sociedad nacional pueden mantener sus vínculos simbólicos con sus lugares de origen. Ello posibilita incorporar una mayor heterogeneidad a la mirada que se practica sobre la sociedad nacional. En este sentido las diversas colectividades de descendientes se han abocado, desde hace más de una década, a la recolección de autobiografías y testimonios que hacen a la historia particular de algunas inmigraciones, y han surgido nuevas agrupaciones entre los que invocan una ascendencia africana. Europa se vuelve de pronto espacios de contraste, prueba de la diversidad, la existencia de un “otro” a la vez que lejano, muy próximo.
La noción de extranjeridad se vuelve necesaria a una cultura para desarmar los estereotipos rígidos sedimentados e impulsar nuevas recombinaciones conceptuales. Así, las memorias de la inmigración, al transformarse en materia narrativa permiten articular una re interpretación de la modernización uruguaya.
Es claro que en su oportunidad, el proceso cívico hiperintegrador tuvo como función la creación de la nación moderna y la tarea de atenuar los conflictos entre contingentes étnicos diferentes. Pero una vez dejado atrás ese período, la mirada “nueva” busca en ellas la mayor diversidad que realmente tuvieron, el colorido y la riqueza de su heterogeneidad, lo que delata asimismo una aspiración a profundizar en la democratización de la sociedad vernácula y en la idea de tolerancia. La perspectiva de una sociedad multiculturalista ofrece al ciudadano una mayor
libertad de aparecer al mismo tiempo frente a otros, como un semejante y como un diferente, y de ejercer esa diferencia sin las presiones del estigma o la exclusión.
Merece un estudio aparte la consideración de los diferentes prestigios atribuidos por el imaginario de principios del siglo XX a los diferentes tipos de
corrientes migratorias. Europeos “prestigiosos” tales como ingleses y franceses, y europeos “subestimados” tales como italianos, rusos, polacos, armenios, judíos, libaneses y turcos, configuran dos polos de un continuo de gradaciones distintivas elaboradas por la mirada de los habitantes anteriores---a su vez descendientes de españoles----sobre estas disimiles nacionalidades.
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